sábado, 13 de julio de 2013

Penélope.

Penélope llegó al atardecer

y, sin mediar palabra, me besó,

asió mis manos con suavidad

y me llevó a contemplar

los colores del ocaso.



Tras una cena frugal

me echó sobre la yacija

y vertió toda su furia amorosa

sobre mi

y, aún adormecido, me despertó

recitándome a Neruda

y me entregó un paquetito

con una gorra de regalo.



Yo pensaba en Hernández,

cara al frente,

olor a campo,

secas tierras

y pedregosos caminos



Fue un momento de plena lucidez

lo que observé en su mirada

al tiempo que aquella luz mediterránea

nos traía olor a sal y brea

mientras las huellas de mis dedos

recorrían lentamente su espalda.



Penélope marchó temprano

con la tristeza anclada en sus pupilas

y la promesa de un próximo encuentro.



Aún conservo la gorra,

las letras de Neruda

y la frente altiva de Hernández

pero… ¿y su recuerdo?




Pedro Vera Sánchez, Trinidad.

4 comentarios:

  1. Pregúntale a Bukowski, con las Penélopes nunca se sabe.
    Salud-itos

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    1. Jajaja, Armando, nunca se sabe ni con las Pene-lope ni con el resto, son como elfos misteriosos.
      Saludos y buen domingo.

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  2. ay penelope... ¿volvera? un abrazo poeta

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    1. Eso espero, Alicia.
      Al menos tengo la gorra como recuerdo material.
      Otra cosa es el tema espiritual pero de eso hablamos otro día, en otra ocasión.
      Abrazos.

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